Es importante que uno se pare a pensar lo que habla, cómo dice las cosas cuando habla. Hablas para enseñar, edificar, levantar, animar a los que te rodean o hablas para dañar, menospreciar, murmurar, manipular o calumniar. A veces no es lo que decimos sino cómo decimos las cosas. “De una misma boca proceden bendición y maldición. Hermanos míos, esto no debe ser así.” (Santiago 3:10)