El evangelio emergente


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                 Según los sabios del judaísmo, la última orden que alguien te da antes de marcharse, generalmente es la más importante. Curiosamente fue en Israel donde, el “más Sabio” de los judíos dejó un mandato a “los menos sabios” de su entorno antes de volver a casa (Hc.1:8-9). Es más que sabido para la iglesia que ese judío también era Dios, y que ese grupo que había formado, trastornó aquellas regiones limitándose a predicar lo que Él les había enseñado. Este fenómeno dio lugar a un movimiento, que con el tiempo se definió como “la gran comisión”.

Sin embargo algo cambió con el paso de los años, cuando los sucesores de los “menos sabios” quisieron ser “más sabios” que “el Sabio”. Sus técnicas y metodologías, sumadas a un deseo incontrolable de grandeza y ambición, dieron lugar a un “nuevo mensaje” que, en algunos casos, distó mucho del que Aquel Maestro de Nazaret había impartido. Sus palabras fueron siendo contextualizadas y poco a poco fueron perdiendo la “fuerza” que habían tenido entonces; eso sí, siempre con el noble deseo de poder “alcanzar” lo que aquel primer grupo logró.

Lo triste es que con este “evangelio contemporáneo”, donde lo humano se ha amalgamado a lo Divino, en lugar de avanzar hemos retrocedido. Hemos vuelto inconscientemente a los pensamientos filosóficos del primer siglo, adoptando argumentos humanos que se levantan contra lo que una vez fue inspirado, a un mensaje donde la gracia nos da acceso a un verdad relativa y subjetiva. En otras palabras, hemos actualizado tanto el evangelio, que ya no incomoda a nadie, no ofende, no persuade… y por supuesto, no salva.

Las Sagradas Escrituras nos presentan un solo evangelio que puede acercarnos y mantenernos enfocados en Dios, siendo éste completo para conocerlo y suficiente para darlo a conocer tal y como el Señor nos mandó antes de marcharse. Proclamar este evangelio es hablar de Jesús, en el cual encontramos la buena nueva de la gracia y la verdad: “Y aquel Verbo fue hecho carne, y habitó entre nosotros (y vimos su gloria, gloria como del unigénito del Padre), lleno de gracia y verdad” (Jn.1:14). Él mismo es la gracia, Él mismo es la verdad, y en ese orden. Así lo experimentó aquella mujer registrada en el evangelio de Juan (8:10): “…no te condeno…” (gracia); “…vete, y no peques más…” (verdad). Así también lo hemos experimentado aquellos que fuimos impulsados a “dejar las redes” para seguirlo incondicionalmente.

No obstante, esa misma gracia se desvaloriza si no va acompañada de la única verdad, aquella que es capaz de persuadirnos y hacernos sabios para la salvación que es en Cristo Jesús (2 Ti.3:14-15). Ignorar esta verdad, es dar lugar a un pseudo-evangelio donde la persona invita a Jesús a ser parte de su vida, cuando bíblicamente el orden es a la inversa (Lc.5:11); es predicar un mensaje que el mundo va a recibir, justamente por ser del mundo; es pretender mejorar algo que es completo y suficiente en sí mismo.

Aquel Sabio se fue, y también prometió que regresaría, tal vez mucho antes de lo que nosotros pensamos. Han pasado ya más de dos mil años, pero la última orden sigue siendo la misma, y la más importante. Dejemos entonces de “perseguir la zanahoria” y volvamos al principio, a la “Galilea” donde todo comenzó, y seamos testigos de ese evangelio “lleno de gracia y verdad”. Sigamos sembrando la “buena semilla”, a pesar de no ver los frutos que quisiéramos ver. Lejos esté de nosotros traer un nuevo mensaje que pretenda revolucionar a toda una generación, ya que en definitiva, el mundo tampoco lo conoció a Él.

Raúl Abraham

(Profesor – SBF ESP)

 


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